FUENTE REPRODUCIDA: LÁZARO, F. - TUSÓN, V. Literatura del siglo XX- C.O.U., Anaya.
EL ÁRBOL DE LA CIENCIA
INTRODUCCIÓN
Baroja, en sus Memorias, escribió: «El árbol de la ciencia es, entre las novelas de carácter
filosófico, la mejor que yo he escrito. Probablemente es el libro más acabado y completo de todos
los míos.» Con esta opinión ha coincidido buena parte de la crítica, comenzando por Azorín que
lo consideraba como el que «resume, mejor que ningún otro libro, el espíritu de Baroja».
Ante todo, la novela —escrita en 1911— tiene mucho de autobiografía. Es sumamente curioso
que, más de treinta años después, al escribir el segundo volumen de sus Memorias (Familia,
infancia y juventud, 1944) y al contar sus estudios en Madrid, su estancia en Valencia, o la muerte
de su hermano Darío, Baroja transcribe literalmente (o casi) largos pasajes de El árbol de la
ciencia; le basta con poner «yo» donde la novela dice «Andrés Hurtado», o con cambiar otros
nombres propios.
Pero, además, la obra es toda una radiografía de una sensibilidad y de unos conflictos espirituales
que se hallan en la médula de la época.
LA TRAMA CENTRAL; HISTORIA DE UNA DESORIENTACIÓN EXISTENCIAL
El árbol de la ciencia responde, en buena medida, a lo que la crítica alemana llama Bildungsroman
(«novela de la formación» de un personaje). En efecto, desarrolla la vida de Andrés Hurtado, un personaje perdido en un mundo absurdo y en medio de circunstancias adversas que constituirán una sucesión de desengaños.
• Su ambiente familiar hace de él un muchacho «reconcentrado y triste»; se siente solo, abandonado, con «un vacío en el alma». A la vez, siente una sed de conocimiento, espoleado por la necesidad de encontrar «una orientación», algo que dé sentido a su 'vida. Pero sus estudios (de Medicina, como Baroja) no colman tal ansia: la universidad y la ciencia españolas se hallan en un estado lamentable. En cambio, su contacto con los enfermos de los hospitales, y su descubrimiento de miserias y crueldades, constituyen un nuevo «motivo de depresión». También agudizan su «exaltación humanitaria», pero —políticamente— Andrés se debate entre un radicalismo revolucionario utópico y el sentimiento de «la inanidad de todo».
• Al margen de sus estudios, Andrés descubre nuevas lacras: las que rodean a Lulú, la mujer que
habrá de ocupar un puesto esencial en su vida. Y, en fin, la larga enfermedad y la muerte de su
hermano, Luis, vendrá a sumarse a todo como un hecho decisivo que le conduce al escepticismo
ante la ciencia y a las más negras ideas sobre la vida. Se consuma así, en lo fundamental, la
«educación» del protagonista, que —en el balance realizado en la parte IV— dirá: «Uno tiene la
angustia, la desesperación de no saber qué hacer con la vida, de no tener un plan, de encontrarse
perdido, sin brújula, sin luz adonde dirigirse.»
• Las etapas posteriores de su vida constituyen callejones sin salida. El ambiente deforme del
pueblo en donde comienza a ejercer como médico lé produce un «malestar físico». Madrid, a
donde vuelve, es «un pantano» habitado por «la misma angustia»; Hurtado, «espectador de la
iniquidad social», deriva hacia un absoluto pesimismo político, se aísla cada vez más y adopta
una postura pasiva en busca de una paz desencantada (es la abulia noventayochista).
• A una paz provisional accederá tras su matrimonio con Lulú. Pero la vida no le concederá
reposo. Pronto le atenazará de nuevo una angustia premonitoria de la muerte de su hijo y de su
mujer, definitivo desengaño que lleva a Andrés al suicidio.
• Tan sombría trayectoria es ya, de por sí, reveladora del hondo malestar de Baroja y de su época.
De la trama se desprenderá, en efecto, una concepción existencial sobre la que luego volveremos.
LA ESTRUCTURA
La figura de Andrés Hurtado da unidad al relato. Pero su trayectoria va hilvanando multitud de
elementos (tipos, anécdotas, cuadros de ambiente, disquisiciones...) con esa libertad tan
característica de la novela barojiana. ¿Quiere ello decir «ausencia de composición»? En absoluto,
como vamos a ver.
• El árbol de la ciencia se compone de siete partes que suman 53 capítulos de extensión
generalmente breve (cuatro o cinco páginas de promedio). El número de capítulos que integran
cada una de aquellas partes es variable: 11, 9, 5, 5, 10, 9 y 4, respectivamente. Esta aparente
desigualdad no debe engañarnos: observemos la estructura interna del relato.
• En realidad, cabría dividir la obra en dos «ciclos» o etapas de la vida del protagonista,
separadas por un intermedio reflexivo (la parte IV). En torno a este intermedio, aquellas etapas
(integradas cada una por tres partes) presentan entre sí una clara simetría, como se ve en el
siguiente esquema:
Se observará ahora que las partes homólogas de uno y otro ciclo se componen de un número igual
(o casi) de capítulos: estructura, pues, equilibrada. Pero más importante aún son los paralelismos
de contenido que podrán apreciarse.
• Todo ello nos confirma la opinión de Galdós: hay en El árbol de la ciencia «mucha técnica».
Acaso se trate —como comentaba Baroja— de una técnica «intuitiva», pero «muy perfecta y muy sabia», sin duda.
• Sin embargo, no es menos cierto que esa estructura no encorseta el relato; se sigue observando que el hilo narrativo va devanándose con gran libertad y entrelazándose con multitud de anécdotas laterales, con los elementos más heterogéneos en apariencia. Pasemos a ver la variedad de personajes y de ambientes que integran la novela.
LOS PERSONAJES Y EL ARTE DE LA CARACTERIZACIÓN
Ya hemos hablado del protagonista. Junto a él, Lulú es el otro gran personaje. Detengámonos un
momento en ella. Es uno de esos espléndidos tipos de mujer que son frecuentes en Baroja. En la
segunda parte, se nos presenta como «un producto marchito por el trabajo, por la miseria y por la
inteligencia»; graciosa y amarga, lúcida y mordaz, «no aceptaba derechos ni prácticas sociales».
Sin embargo, tiene un fondo «muy humano y muy noble» y muestra una singular ternura por los
seres desvalidos. Por encima de todo, valora la sinceridad, la lealtad. Fácil es percibir en estos
rasgos una proyección del mismo talante del autor.
• En torno a Andrés y Lulú, pululan numerosísimos personajes secundarios. Baroja se detiene
en algunos: el padre de Andrés, despótico y arbitrario; Aracil, cínico, vividor sin escrúpulos; el
tierno Luisito; Iturrioz, el filósofo... En ocasiones, el detenerse en un personaje no se justifica por
necesidades del argumento central, sino por esa típica tendencia de Baroja a «entretenerse en el
camino». Con todo, habrá que dilucidar, en cada caso, las incidencias que los personajes tienen en
la trayectoria de Andrés, en.su sensibilidad.
Es amplísima la galería de personajes rápidamente esbozados: profesores, estudiantes, enfermos y
personal de los hospitales, amigos y vecinos de las Minglanillas, gentes del pueblo, etc. Bien
podría hablarse de personajes colectivos, que vienen a ser piezas de un ambiente, «figurantes»
de un denso telón de fondo. Su papel es esencial en la constitución de una atmósfera insustituible.
• Para los personajes principales, Baroja usa una técnica de caracterización paulatina; se van definiendo
poco a poco, en situación, por su comportamiento, por sus reflexiones, por contraste con otros
personajes, al hilo de los diálogos... Además, son tipos que evolucionan: van adquiriendo
progresivamente espesor humano.
En los personajes secundarios, la figura —por lo general— se nos da hecha de una vez por todas. Se
trata de bocetos vigorosos, de trazos tanto más rápidos cuanto más episódico es el personaje, y
cargados las más veces de un sentido satírico —a menudo feroz—, aunque en ocasiones
impregnados de ternura o de compasión.
El conjunto pone al descubierto un singular poder de captación de las miserias y flaquezas de
cuerpos y almas.
AMBIENTES
Ese hormigueante mundillo se mueve en unos medios que Baroja traza admirablemente. Le bastan muy pocos rasgos para darnos impresiones vivísimas. Abundan los cuadros imborrables: el «rincón» de Andrés y lo que se ve desde su ventana, los cafés cantantes, la sala de disección, los hospitales, la casa de las Minglanillas...
• Es notable su maestría para el paisaje, sin que necesite acudir a descripciones detenidas a la
manera de los realistas del XIX. Por ejemplo, es difícil dar con mayor economía de medios una
«impresión» tan viva de la atmósfera levantina como la que nos dan las páginas sobre el
pueblecito valenciano, la casa, el huerto... No menos viva e «impresionista» es la pintura del
pueblo manchego: con trazos dispersos, Baroja nos hace ir percibiendo el espacio, la luz, el calor
sofocante; el ambiente de la fonda, del casino, etc., adquirirán asimismo singular relieve.
EL ALCANCE SOCIAL. LA REALIDAD ESPAÑOLA
Los personajes y ambientes señalados constituyen un mosaico de la vida española de la época. Son
los años en torno al 98 (se habla del «Desastre» en VI, 1). Y es una España que se descompone en
medio de la preocupación de la mayoría. Baroja prodigará zarpazos contra las «anomalías» o los
«absurdos» de esa España.
• Ya a propósito de los estudios de Andrés, se traza un cuadro sombrío de la pobreza cultural del
país (ineptitud de los profesores); y varias veces se insistirá en el desprecio por la ciencia y la
investigación.
• Más lugar ocupan los aspectos sociales. Pronto aparecen (parte I y II) las más diversas miserias
y lacras sociales, producto de una sociedad que Andrés quisiera ver destruida. Pero la visión de la
realidad española se estructura más adelante (V y VI) en la oposición campo/ciudad.
• El mundo rural (Alcolea del Campo) es un mundo inmóvil como «un cementerio bien
cuidado», presidido por la insolidaridad y la pasividad ante las injusticias. Palabras como
egoísmo, prejuicios, envidia, crueldad, etc., son las que sobresalen en su pintura. De paso, se
denuncia el caciquismo, que conlleva la ineptitud o rapacidad de los políticos.
• La ciudad, Madrid, es «un campo de ceniza» por donde discurre una «vida sin vida». De nuevo
se nos presentan muestras de la más absoluta miseria, con la que se codea la despreocupación de
los pudientes, de los «señoritos juerguistas».
• Ante la «iniquidad social», el protagonista siente una cólera impotente: «La verdad es que, si el
pueblo lo comprendiese —pensaba Hurtado—, se mataría por intentar una revolución social,
aunque ésta no sea más que una utopía...» Pero el pueblo —añade— está cada vez más
«degenerado» y «no llevaba camino de cortar los jarretes de la burguesía». No parece haber, pues,
solución para Andrés (ni para Baroja): «Se iba inclinando a un anarquismo espiritual, basado en
la simpatía y en la piedad, sin solución práctica ninguna.» La frase es tan reveladora como aquella
otra de su tío, Iturrioz: «La justicia es una ilusión humana.»
EL SENTIDO EXISTENCIAL DE LA NOVELA
Tal pesimismo explica que no nos hallemos ante una novela «política» (pese a los elementos que
acabamos de ver), sino ante una novela «filosófica» (como el mismo Baroja la llamó). Tal es su
verdadero sentido, y lo que hace de ella una magistral ilustración del tema de este capítulo.
Los conflictos existenciales constituyen, en efecto, el centro de la obra. En lo religioso, véase
cómo Andrés se despega tempranamente de las prácticas o con qué desprecio habla a un católico
como su amigo Lamela («eso del alma es una pamplina», le dice); en Kant ha leído que los
postulados de la religión «son indemostrables».
• Hurtado no halla, entonces, ningún asidero intelectual («El intelectualismo es estéril»). La
ciencia no le proporciona las respuestas que busca a sus grandes interrogantes sobre el sentido de
la vida y del mundo. Al contrario: la inteligencia y la ciencia no hacen sino agudizar —según
Baroja— el dolor de vivir. Así surge la idea que da título a la novela:
«... en el centro del Paraíso había dos árboles: el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. El árbol de la vida era inmenso, frondoso y, según algunos santos padres, daba la inmortalidad. El árbol de la ciencia no se dice cómo era; probablemente sería mezquino y triste.»
• En definitiva, la vida humana queda sin explicación, sin sentido: es una «anomalía de la
Naturaleza». Las lecturas filosóficas de Andrés (las mismas que las de Baroja) lo confirman en
esa concepción desesperada. La principal influencia, según apuntamos, es la de Schopenhauer: de
él proceden, a veces casi textualmente, algunas de las definiciones de la vida que encontraremos
en la novela. Así, para Hurtado, «la vida era una corriente tumultuosa e inconsciente, donde todos
los actores representaban una comedia que no comprendían; y los hombres llegados a un estado
de intelectualidad, contemplaban la escena con una mirada compasiva y piadosa». O bien: «La
vida en general, y sobre todo la suya, le parecía una cosa fea, turbia, dolorosa e indominable.»
• Con ello se combina la idea de «la lucha por la vida» (Darwin), tan barojiana que da título a
una de sus trilogías más famosas. En El árbol de la ciencia se dice; «La vida es una lucha
constante, una cacería cruel en que nos vamos devorando unos a otros.» Y el tema de la crueldad
está muy presente en esta obra (véase especialmente II, 9).
• ¿Existe alguna solución a tan pavorosos problemas? Según Iturrioz, «ante la vida no hay más
que dos soluciones prácticas para el hombre sereno: o la abstención y la contemplación
indiferente de todo, o la acción limitándose a un círculo pequeño». Andrés, como sabemos,
intentará la primera vía (la ataraxia), siguiendo también el consejo de Schopenhauer de «matar la
voluntad de vivir».
Precisemos que, ante la vida, sólo caben, para Schopenhauer, dos actitudes a las que se refiere —desde el título— su obra
La vida como voluntad v como representación: la primera actitud estaría marcada por la «voluntad de vivir», una voluntad ciega, origen de todos los males, dolores y desengaños; la segunda actitud consistiría en situarse ante la vida como un espectador escéptico, libre de deseos e ilusiones. Ya veremos cómo Andrés Hurtado se debate entre estas dos actitudes.
Otras muchas ideas se entretejen con éstas (por ejemplo, la concepción del amor). Las veremos al leer la obra.
EL ESTILO
Seremos brevísimos. Ya hemos hablado de la estructura narrativa y hemos aludido a las técnicas
de pintura de personajes o de ambientes. Por lo demás, será en la lectura de la novela en donde se
comprobarán aquellos rasgos que sobre la prosa de Baroja hemos señalado páginas atrás. Así, el
gusto por el párrafo breve; la naturalidad expresiva, tanto en lo narrativo como en lo descriptivo
o en los diálogos. De especial interés será atender al uso intencionado de términos coloquiales y
vulgarismos, con una perfecta conciencia de sus valores «ambientales» o expresivos.
CONCLUSIÓN
En suma, El árbol de la ciencia es tan barojiana por la índole de su contenido y enfoque como
por sus aspectos formales. Acaso se trate, como afirma E. de Nora, de «la más representativa de
las novelas barojianas».
A la vez, es sumamente representativa de la época: el profesor Valbuena la considera «la novela
más típica de la generación del 98». E incluso es una buena muestra de cómo Baroja y sus
coetáneos anticiparon buen número de los temas de las corrientes existenciales contemporáneas.
LIBROS DE CONSULTA
1. [VARIOS]: Pío Baroja. Edición de J. Martínez Palacio. Madrid, Ed. Taurus, 1974 (Col. «El escritor y !a critica»). [Amplia
recopilación de estudios sobre el autor, entre ellos uno de E. INMAN FOX sobre «Baroja y Schopen-hauer: El árbol de la
ciencia».]
2. BASANTA, Ángel: La novela de Baroja. El esperpento de Valle-lnclán. Madrid, Ed. Cincel, 1980. [Excelente
introducción.]
3. NORA, Eugenio de: La novela española contemporánea. Vol. I. Madrid, Ed. Gredos, 1973. [En el capítulo III de este
primer volumen se hallará una buena visión de conjunto de las novelas de Baroja. Sobre El árbol de la ciencia, véase pp.
169-172.]
4. BAROJA, Pío: Juventud, egolatría. Madrid, Ed. Taurus, 1977 (Col. «Temas de España»). [Reedición de un übro
autobiográfico de 1917. Por su contenido, así como por su brevedad y amenidad, es especialmente recomendable para
abordar la personalidad y las ideas del autor.]
5. BESSER, Sergio: El árbol de la ciencia. Pío Baroja. Barcelona, Ed. Laia, 1983 (Guías Lata, 4). [Muy útil para este
curso.]
• No se olviden las obras generales diadas al frente del CAP. 1a, así como algunos de ¡os títulos recocidos al frente de!
36.
Ediciones de «El árbol de la ciencia»:
Las ediciones más asequibles de esta novela son las de Eds. Cátedra (Letras Hispánicas, 225) y Alianza Editorial Madrid
(Coi. «El libro de bolsillo», núm. 50).